Ya no es novedad: el crimen organizado en Chile dejó de ser una amenaza lejana. Lo que antes se veía como una realidad de países vecinos, hoy tiene rostro, nombres y titulares locales. En los últimos días, CIPER publicó una nota impactante: se desarticuló el brazo de inteligencia financiera del Tren de Aragua, una de las organizaciones criminales más peligrosas de Latinoamérica. Y no es casualidad que el golpe haya venido precisamente por donde más les duele: el dinero.
Porque sí, podemos hablar de armas, sicariato y tráfico. Pero si de verdad queremos desmantelar a una organización criminal, lo más efectivo no es llegar al tipo con el fusil, sino al tipo con la planilla Excel. Al que lava, mueve, oculta y reinvierte el dinero sucio. A ese que, vestido de terno, muchas veces pasa más piola que un sicario, pero es igual de clave.
Y ahí es donde entran las instituciones financieras. Bancos, cooperativas, corredoras, fintechs… todas tienen un rol que no se ve, pero que puede marcar la diferencia. Porque, spoiler alert: el lavado de activos no es solo cosa de películas. Es real, ocurre todos los días y muchas veces se esconde en operaciones tan cotidianas como una transferencia, un depósito en efectivo o una compra inmobiliaria.
Ahora bien, no es tan fácil como suena. Detectar operaciones sospechosas no es apretar un botón rojo que diga "¡esto es lavado!". Muchas veces un movimiento anómalo no representa nada ilícito. Y, peor aún, a veces el lavado de activos pasa camuflado en transacciones perfectamente normales.
Hoy los grupos criminales no solo tienen dinero, tienen inteligencia, estructura y estrategia. Tienen la capacidad —e incluso los recursos— para contratar (o amenazar) profesionales con las mismas o incluso mayores competencias que quienes monitorean desde los bancos. Es una carrera sin línea de meta, una seguidilla constante entre el gato y el ratón, donde, al menos por ahora, el ratón parece ir ganando.
Por eso, ya no basta con cumplir la norma “porque hay que cumplir”. El enfoque de cumplimiento tiene que ser proactivo, no reactivo. No basta con tener un par de reglas si estas fueron escritas hace cinco años. Los modelos de monitoreo deben adaptarse, mejorar, y aprovechar lo mejor de la tecnología moderna. Porque si los criminales pueden usar inteligencia artificial para ocultar flujos de dinero, ¿por qué una institución financiera seguiría confiando solo en reglas estáticas y revisiones humanas?
No sería raro encontrar a estas bandas utilizando deep learning para diseñar patrones de transacción que se camuflan dentro de los umbrales tradicionales. Como bien relata Carlos Basso en su libro Nuestro pedacito de cielo, los grupos criminales adoran el capitalismo. Les fascina la estabilidad y formalidad del sistema financiero, porque mientras más estable el sistema, más fácil es esconderse dentro de él.
Así que no, esto no es solo un tema de cumplimiento. Es un tema de seguridad pública. De ética. De responsabilidad. Y aunque puede sonar poco glamoroso hablar de “riesgo PLAFT” o “sistemas de alerta temprana”, es ahí donde se juega gran parte de esta batalla silenciosa.
Al final, todo se reduce a una frase vieja pero brutalmente cierta: sigue el dinero. Ahí está el poder. Ahí está la red. Y también, ahí está la solución.

